Grulla común
Grus grus (Linnaeus, 1758)
Inglés: Common Crane
Francés: Grue cendrée
Francés: Grue cendrée
Cuando se avecinan
los primeros fríos de diciembre, un cuarto de millón de grullas nos visitan.
Vienen de la parte occidental de Europa y se reparten por todo el país, pero con
mayor densidad en Extremadura, a la querencia de las bellotas. Éste era con
abrumadora diferencia su principal recurso trófico durante la invernada hace
décadas, antes de que la proliferación de regadíos les haya venido a echar una
bien abastecida mano en forma de rastrojeras de maíz. Pueden quedarse en la
provincia de Salamanca unas 5.000, o bastantes menos, dependiendo de cómo venga
la montanera y de los laboreos en otros lugares, congregándose casi todas ellas
para dormir en el embalse de Santa Teresa y en el Azud de Río Lobos.
Se trata de
un ave de algo más de un metro de longitud y un par de ellos de envergadura, y
que promedia cinco quilos y pico. Debe su capacidad de comunicarse mediante
trompeteos audibles a gran distancia, a una tráquea de longitud mucho mayor que
la del cuello, enrollada como una corneta y encajada en un hueco de la quilla
del esternón.
Se vienen distinguiendo tradicionalmente dos subespecies de la
grulla común euroasiática, la occidental, Grus grus grus, y la oriental, de color más claro, Grus
grus lilfordi; podríamos igualmente llamarlas europea y asiática, pues es la
cordillera de los Urales la que separa sus áreas de cría. En conjunto su
población está en aumento desde hace décadas y probablemente supere los 700.000
individuos.
Foto: Carlos A. Ramírez |
Quieren ahora distinguir otras dos posibles subespecies, la
transcaucásica y la tibetana, que no juntarán entre ambas más que unos cientos
de parejas reproductoras, y que probablemente representen poblaciones aisladas
en época relativamente reciente.
Cría en la taiga, la tundra y otras zonas
pantanosas, en parejas que se establecen de por vida, manteniendo sus vínculos
mediante vistosas danzas en pareja, en las que exhiben su plumaje y movimientos
de forma no muy distinta a la que utilizan para mostrar otras conductas sociales
como la agresividad. Son entonces las parejas hurañas y territoriales, a
diferencia de la conducta altamente gregaria que desarrollan en los cuarteles de
invernada. El nido es un agujero no muy profundo en un montoncito de vegetación
sin estructura cohesiva, en algún montículo que sobresalga del entorno
encharcadizo. En esta época se tiñen el plumaje con lodo para mejor camuflaje.
Ponen un par de huevos (a veces uno o tres), de los que muy a menudo solo uno
llega a pollo volandero. En la incubación participan los dos padres, y dura
aproximadamente un mes; los pollos nacen con una asincronía de un par de días,
son nidífugos y no parece que haya grandes dificultades en que el primero se
busque la vida bajo la protección de uno de los progenitores mientras el otro
completa la incubación, y no parece darse el cainismo ni haber motivo para ello
al buscar cada uno su propia comida. Tardarán más de dos meses en echar a volar,
y aprovechan los padres este periodo para mudar algunas de las plumas de vuelo,
quedando durante un mes y medio incapacitados para un vuelo del que poco
provecho podrían sacar sin desamparar a su prole, y después cambian algunas de
las plumas corporales; al parecer un ciclo completo de muda les lleva entre 2 y
4 años.
Los jóvenes adquieren un plumaje similar al adulto al año o
año y medio de edad; pero parece ser que su primera reproducción no se produce
hasta bastante más tarde, quizá a los cuatro, cinco o seis. La longevidad
observada en cautividad supera los 40 años, pero en la naturaleza no parece
fácil que superen los 15.
La dinámica poblacional de la especie es claramente
creciente, y, por lo que respecta a las poblaciones de Europa Occidental, se
observa en los últimos años una expansión de la zona de invernada hacia el
norte, siendo ya relativamente cuantiosa en Francia e incluso en Alemania,
cuando lo permiten la templanza de los inviernos y la existencia de alimento,
muy condicionada la lo errático de las decisiones de cultivo.
Foto: Carlos A. Ramírez |
El nombre Grus no tiene ningún misterio, ya que es grus-gruis la palabra, al parecer de género femenino, que designaba a la grulla en latín clásico. El vernáculo “grulla”, si bien se considera por el diccionario de la RAE de origen incierto, parece probable que tenga su origen en derivaciones que los hablantes entendían mejor como femeninas, tales como "grúa" o "gruia". La denominación de las grúas usadas en construcción, tanto en nuestro idioma como en algún otro, se originó en la similitud de dichos aparatos con el porte de las grullas.
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