sábado, 26 de abril de 2025

AVE DEL MES abril 2025

 

Perdiz roja 

Alectoris rufa (Linnaeus, 1758)  



Inglés: Red-legged Partridge

Francés: perdrix rouge

 

 

Nadie habrá que no conozca la perdiz roja, pero no serán tantos los que la hayan visto de cerca. Anda alrededor del medio kilo de peso o poco menos, lo que viene a significar que, colas aparte, abulta casi tanto como una paloma torcaz, que sí la habrá visto de cerca todo quisqui, porque algunas se dejan casi pisar, aunque según dónde, porque bien saben dónde las tirotean y dónde no.

Habita la patirroja gran variedad de medios, preferentemente los paisajes abiertos, siempre que tengan algo de cobertura donde esconderse, incluso en montañas hasta una altura de 2500 metros, y se distribuye por la Península Ibérica, sur de Francia y noroeste de Italia; está introducida en el Reino Unido, Baleares y Canarias.

Distribución de las especies de Alectoris


Lleva de adulta una dieta predominantemente vegetal, compuesta de granos, frutos y hierbecillas, completada con algo de material animal. Las crías necesitan más concentración de proteínas para crecer, por lo que son bastante insectívoras.

Foto: Germán Fraile

Es especie sedentaria, aunque las que crían en montañas descienden en invierno. 

Es ave poco proclive a echar a volar mientras pueda escaquearse apeonando, y cuando no le queda más remedio ante la inminencia del peligro, se desbandan o desperdigan saliendo cada una por su lado con un ruidoso batir de alas.

Entre otoño y mediados de invierno vive agrupada en bandos relativamente numerosos, de varias decenas de ejemplares. Hacia finales del invierno se van formando las parejas.

Para abril o primeros de mayo, anida en el suelo, en una pequeña depresión escondida entre la vegetación y revestida de hierbas y plumas, y no empezará a incubar hasta que haya terminado o casi la puesta, para que la eclosión sea sincronizada como no puede ser de otra manera en las aves nidífugas. Son los huevos de color crema con moteado marrón rojizo y dura la incubación unos 23 días.

Foto: Carlos A. Ramírez

Es difícil saber cuántos huevos pone una perdiz. Pueden encontrarse en los nidos desde media docena hasta 18 o 20 (las puestas de sustitución suelen ser mucho más reducidas que las ordinarias), pero después de completar la puesta, la hembra suele depositar otra en otro nido para que el macho la incube, si bien con parecida probabilidad el macho se marcha en busca de otras hembras. Además está ampliamente constatado un cierto nivel de parasitismo de puesta, con hembras que ponen huevos en nidos de otras perdices, o de otras especies si la necesidad fisiológica las apremia (se citan incluso casos de algún huevo de perdiz en nidos de aguiluchos). Son muchas las nidadas que se pierden comidas por múltiples depredadores, desde lirones y lagartos hasta jabalíes, o espachurradas por el ganado y la maquinaria agrícola. También las granizadas y los aguaceros pertinaces se cobran su tributo, y las primaveras inusualmente secas disminuyen la disponibilidad de alimento invertebrado para las crías.

Nacen los perdigones con una librea de color ocráceo con listas pardoscuras, y estarán al cuidado del adulto que los haya empollado, estando por entonces separados el grupo de la hembra y el del macho; al cabo de algunos días se juntan formando bandos considerables en los que se aprecia la diferencia de edad y tamaño entre las dos polladas. Echan a volar a la tierna edad de 10 o quince días, si bien su total desarrollo lo alcanzan con un par de meses o poco menos.  Probablemente la mitad de las crías no llegarán a mediados de julio, y de la población de perdices que quede a final del verano, sólo la mitad, con mucha suerte y si se las caza poco, llegarán a la siguiente estación reproductora.

Tienen los igualones, que así se denominan los pollos de perdiz cuando van casi igualando el tamaño y hechuras de los adultos, el plumaje de color básicamente arenoso-grisáceo, en el que apenas se va insinuando el diseño de los adultos, y el pico y patas mucho más pálidos. Pronto experimentarán la muda postjuvenil, con la que adquieren el plumaje de adultos, si bien suelen distinguirse los pollos del año por tener la puntita blanquecina en las dos rémiges primarias más externas, retenidas del plumaje juvenil.

Entre sus múltiples problemas de conservación está la intensificación agrícola y la consecuente pérdida de cobertura vegetal, destrucción por maquinaria y uso masivo de pesticidas, con el doble efecto de intoxicación directa y pérdida de alimento de origen animal que necesita sobre todo en edad de crecer. En la sementera le perjudica gravemente el uso de semilla “blindada” con insecticidas y fungicidas.

 Sufre problemas de contaminación genética por haberse hibridado en las granjas cinegéticas, primero con perdiz griega y después con chukar, en busca de mayor prolificidad y mayor facilidad de manejo. Al parecer a las hembras de chukar se les pueden sacar hasta 40 huevos al año (lo que al parecer no es posible para la roja en cautividad) y además son menos combativas, pudiendo convivir hasta media docena de ellas con un macho. Dado que los híbridos que se sueltan no son de primera generación, no son fáciles de identificar si no es con análisis genéticos.

Foto: Carlos A. Ramírez

En Castilla y León puede cazarse en la temporada general de caza menor, esto es, desde el cuarto domingo de octubre hasta el cuarto de enero, los jueves, sábados, domingos y festivos nacionales y autonómicos, sin que pueda cazarse una misma especie más de dos días seguidos, a menos que esté expresamente contemplado en el plan cinegético del coto.

La descripción de la especie se la debemos a Linneo, en su archimencionada décima edición del Systema naturæ per regna tria naturæ, secundum classes, ordines, genera, species, cum characteribus, differentiis, synonymis, locis, si bien la definió bajo la denominación de Tetrao rufus.  Quien estableció el género Alectoris, en 1829, fue Johan Jakob Kaup, naturalista alemán que describió un buen número de taxones, tanto vivos como extintos, algunos tan emblemáticos como Deinotherium y Machairodus. Alectoris es palabra con la que los antiguos griegos nombraban a la gallina, mientras que rufus es de etimología latina y significa “rojizo”.

Foto: Carlos A. Ramírez

 

 

 

 

 

 

 

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