Perdiz roja
Alectoris rufa (Linnaeus, 1758)
Inglés: Red-legged Partridge
Francés: perdrix rouge
Nadie habrá que no conozca la perdiz roja, pero no serán tantos
los que la hayan visto de cerca. Anda alrededor del medio kilo de peso o poco
menos, lo que viene a significar que, colas aparte, abulta casi tanto como una
paloma torcaz, que sí la habrá visto de cerca todo quisqui, porque algunas se
dejan casi pisar, aunque según dónde, porque bien saben dónde las tirotean y
dónde no.
Habita la patirroja gran variedad de medios, preferentemente
los paisajes abiertos, siempre que tengan algo de cobertura donde esconderse,
incluso en montañas hasta una altura de 2500 metros, y se distribuye por la
Península Ibérica, sur de Francia y noroeste de Italia; está introducida en el
Reino Unido, Baleares y Canarias.
Distribución de las especies de Alectoris
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Foto: Germán Fraile |
Es especie sedentaria, aunque las que crían en montañas
descienden en invierno.
Es ave poco proclive a echar a volar mientras pueda
escaquearse apeonando, y cuando no le queda más remedio ante la inminencia del
peligro, se desbandan o desperdigan saliendo cada una por su lado con un
ruidoso batir de alas.
Entre otoño y mediados de invierno vive agrupada en bandos
relativamente numerosos, de varias decenas de ejemplares. Hacia finales del
invierno se van formando las parejas.
Para abril o primeros de mayo, anida en el suelo, en una pequeña depresión escondida entre la vegetación y revestida de hierbas y plumas, y no empezará a incubar hasta que haya terminado o casi la puesta, para que la eclosión sea sincronizada como no puede ser de otra manera en las aves nidífugas. Son los huevos de color crema con moteado marrón rojizo y dura la incubación unos 23 días.
Foto: Carlos A. Ramírez |
Es difícil saber cuántos huevos pone una perdiz. Pueden
encontrarse en los nidos desde media docena hasta 18 o 20 (las puestas de
sustitución suelen ser mucho más reducidas que las ordinarias), pero después de
completar la puesta, la hembra suele depositar otra en otro nido para que el
macho la incube, si bien con parecida probabilidad el macho se marcha en busca
de otras hembras. Además está ampliamente constatado un cierto nivel de
parasitismo de puesta, con hembras que ponen huevos en nidos de otras perdices,
o de otras especies si la necesidad fisiológica las apremia (se citan incluso
casos de algún huevo de perdiz en nidos de aguiluchos). Son muchas las nidadas
que se pierden comidas por múltiples depredadores, desde lirones y lagartos
hasta jabalíes, o espachurradas por el ganado y la maquinaria agrícola. También
las granizadas y los aguaceros pertinaces se cobran su tributo, y las
primaveras inusualmente secas disminuyen la disponibilidad de alimento
invertebrado para las crías.
Nacen los perdigones con una librea de color ocráceo con
listas pardoscuras, y estarán al cuidado del adulto que los haya empollado,
estando por entonces separados el grupo de la hembra y el del macho; al cabo de
algunos días se juntan formando bandos considerables en los que se aprecia la
diferencia de edad y tamaño entre las dos polladas. Echan a volar a la tierna
edad de 10 o quince días, si bien su total desarrollo lo alcanzan con un par de
meses o poco menos. Probablemente la
mitad de las crías no llegarán a mediados de julio, y de la población de perdices
que quede a final del verano, sólo la mitad, con mucha suerte y si se las caza poco,
llegarán a la siguiente estación reproductora.
Entre sus múltiples problemas de conservación está la
intensificación agrícola y la consecuente pérdida de cobertura vegetal,
destrucción por maquinaria y uso masivo de pesticidas, con el doble efecto de
intoxicación directa y pérdida de alimento de origen animal que necesita sobre
todo en edad de crecer. En la sementera le perjudica gravemente el uso de
semilla “blindada” con insecticidas y fungicidas.
Sufre problemas de contaminación genética por haberse hibridado en las granjas cinegéticas, primero con perdiz griega y después con chukar, en busca de mayor prolificidad y mayor facilidad de manejo. Al parecer a las hembras de chukar se les pueden sacar hasta 40 huevos al año (lo que al parecer no es posible para la roja en cautividad) y además son menos combativas, pudiendo convivir hasta media docena de ellas con un macho. Dado que los híbridos que se sueltan no son de primera generación, no son fáciles de identificar si no es con análisis genéticos.
Foto: Carlos A. Ramírez |
En Castilla y León puede cazarse en la temporada general de
caza menor, esto es, desde el cuarto domingo de octubre hasta el cuarto de
enero, los jueves, sábados, domingos y festivos nacionales y autonómicos, sin
que pueda cazarse una misma especie más de dos días seguidos, a menos que esté
expresamente contemplado en el plan cinegético del coto.
La descripción de la especie se la debemos a Linneo, en su archimencionada décima edición del Systema naturæ per regna tria naturæ, secundum classes, ordines, genera, species, cum characteribus, differentiis, synonymis, locis, si bien la definió bajo la denominación de Tetrao rufus. Quien estableció el género Alectoris, en 1829, fue Johan Jakob Kaup, naturalista alemán que describió un buen número de taxones, tanto vivos como extintos, algunos tan emblemáticos como Deinotherium y Machairodus. Alectoris es palabra con la que los antiguos griegos nombraban a la gallina, mientras que rufus es de etimología latina y significa “rojizo”.
Foto: Carlos A. Ramírez |
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