Hirundo rustica, Linnaeus 1758
Foto: Vega Bermejo |
Inglés: Barn Swallow
Francés: Hirondelle rustique
Por San José, la golondrina veré. Para esa fecha suelen estar ya por Salamanca, o antes si las temperaturas son tan benignas como últimamente; en el sur de la Península se asientan bastante antes, algunas incluso en enero, y en la cornisa norte puede que no se vean hasta abril.
Anida de preferencia en interiores; se supone que de forma natural lo haría en cuevas; aquerenciada desde antiguo a las construcciones humanas, construye su nido dentro de cualquier establo, cobertizo, portal, habitación poco frecuentada o algún local periurbano al que pueda acceder por cualquier ventanuco o a través de un tabique palomero. Eso sí, es difícil de ver en el interior de las ciudades, allí donde no haya espacios abiertos de amplitud suficiente como para buscar su alimento volando bajo, porque en esto se diferencia tanto de su pariente el avión común como de sus no parientes los vencejos, que gustan de cazar insectos a mayor altura, sobrevolando sin problema los edificios altos de las construcciones modernas. Aun así, siempre es fácil observar a la golondrina en las ciudades, aquerenciada en grandes parques, ríos o zonas periféricas.
Francés: Hirondelle rustique
Por San José, la golondrina veré. Para esa fecha suelen estar ya por Salamanca, o antes si las temperaturas son tan benignas como últimamente; en el sur de la Península se asientan bastante antes, algunas incluso en enero, y en la cornisa norte puede que no se vean hasta abril.
Anida de preferencia en interiores; se supone que de forma natural lo haría en cuevas; aquerenciada desde antiguo a las construcciones humanas, construye su nido dentro de cualquier establo, cobertizo, portal, habitación poco frecuentada o algún local periurbano al que pueda acceder por cualquier ventanuco o a través de un tabique palomero. Eso sí, es difícil de ver en el interior de las ciudades, allí donde no haya espacios abiertos de amplitud suficiente como para buscar su alimento volando bajo, porque en esto se diferencia tanto de su pariente el avión común como de sus no parientes los vencejos, que gustan de cazar insectos a mayor altura, sobrevolando sin problema los edificios altos de las construcciones modernas. Aun así, siempre es fácil observar a la golondrina en las ciudades, aquerenciada en grandes parques, ríos o zonas periféricas.
Construye sus nidos con pellas de barro, hierbas y estiércol si lo encuentra, en forma de medio tazón, adosados a paredes, de preferencia donde dispone de algún apoyo que impida su caída, ya sea sobre una viga, un cable grueso, alguna repisa o cualquier zaleo colgado en la pared. Tanto la necesidad o manifiesta preferencia por utilizar apoyos, como la forma del nido, lo diferencia claramente del de otros dos hirundínidos: el avión común los realiza en forma globular con sólo una pequeña apertura en su parte superior, siempre adheridos por arriba a un alero o cornisa y por uno o dos lados a la superficie vertical, y la golondrina dáurica, sin soporte vertical, adheridos por debajo de superficies como techos de cuevas, habitaciones u ojos de puentes, cerrados y con un túnel de entrada igualmente adherido a la superficie de soporte. Si acaso podrían confundirse en algún caso los nidos de nuestra protagonista con los del avión roquero.
A diferencia del avión común, anidan las parejas de golondrina en solitario, o bastante cerca de otras parejas, pero sin apiñar los nidos en colonias compactas.
Se trata de una especie monógama, pero es generalizado el adulterio, si es que cabe aplicar este concepto a los pájaros; donde se ha estudiado el asunto, se ha comprobado que aproximadamente un tercio de los polluelos son de padre distinto al putativo. Tienen las parejas una alta fidelidad a su lugar de anidación y al propio nido, que suelen reparar y reutilizar año tras año si les dejan.
Entre los dos miembros de la pareja tardan unos 10 días en construir el nido, si no lo tienen ya de otros años, y unos 15 en cada incubación, pudiendo sacar hasta tres nidadas al año, aunque lo usual es un par de ellas, siendo el tamaño de puesta más habitual el de 5 huevos, de color cremoso con moteado rojizo.
Los jóvenes echan a volar a la edad de tres semanas o tres y media, con la garganta de color marronuzco más claro y apagado que los adultos y con las colas con un ahorquillamiento normal, sin las largas prolongaciones de las rectrices externas que poseen los adultos.
A diferencia del avión común, anidan las parejas de golondrina en solitario, o bastante cerca de otras parejas, pero sin apiñar los nidos en colonias compactas.
Se trata de una especie monógama, pero es generalizado el adulterio, si es que cabe aplicar este concepto a los pájaros; donde se ha estudiado el asunto, se ha comprobado que aproximadamente un tercio de los polluelos son de padre distinto al putativo. Tienen las parejas una alta fidelidad a su lugar de anidación y al propio nido, que suelen reparar y reutilizar año tras año si les dejan.
Entre los dos miembros de la pareja tardan unos 10 días en construir el nido, si no lo tienen ya de otros años, y unos 15 en cada incubación, pudiendo sacar hasta tres nidadas al año, aunque lo usual es un par de ellas, siendo el tamaño de puesta más habitual el de 5 huevos, de color cremoso con moteado rojizo.
Los jóvenes echan a volar a la edad de tres semanas o tres y media, con la garganta de color marronuzco más claro y apagado que los adultos y con las colas con un ahorquillamiento normal, sin las largas prolongaciones de las rectrices externas que poseen los adultos.
Foto: José Vicente |
Merecen atención estas prolongaciones de las rectrices; se sabe que su longitud está sobredimensionada con respecto al óptimo aerodinámico, dado que aumentan sensiblemente la resistencia al avance pero no la sustentación, y que tienen una función de atractivo sexual, tanto más cuanto más largas son, aunque algún autor postula, al parecer sin pruebas concluyentes por ahora, que podrían tener alguna ventaja para estabilizar el vuelo en el momento de los giros. Son más largas en los machos que en las hembras, y en las poblaciones del norte de Europa es la diferencia mayor que en nuestro país. También parece ser un indicativo de calidad genética para posibles parejas la extensión de las manchas blancas de la cola; se postula a este respecto que el blanco atrae más a determinados parásitos del plumaje, por lo cual tener estas manchas grandes y sin deteriorar sería indicativo de resistencia a los parásitos y por ende de fortaleza metabólica. En el plumaje juvenil se amagan ya estas manchas, pero son por entonces más pequeñas y redondeadas.
Cría la especie por casi todo el Hemisferio Norte, si es que consideramos las golondrinas americanas (Hirundo rustica erythrogaster) conespecíficas de las eurasiáticas, sobre lo cual hay alguna discrepancia.
Las golondrinas que anidan en España invernan al parecer en la zona del Golfo de Guinea, y pertenecen a la subespecie nominal, que se extiende por Europa y parte de Siberia; se distingue esta subespecie entre las 6 u 8 que se vienen reconociendo, por tener la banda pectoral oscura completa y bien definida y ser la de partes ventrales más claras, cremosas o blanquecinas (más claras en la hembra), que en otras subespecies son en mayor medida marronuzcas o rojizas.
Foto: Vega Bermejo |
Ha sido la golondrina común un pájaro tradicionalmente tratado con estima y deferencia, al menos en comparación con otras aves, lo que quizá influya en su capacidad de tolerar un grado considerable de trasiego humano en las proximidades de los nidos; el autor de estas líneas es probablemente de la última generación de niños a los que se nos enseñó que los nidos de golondrinas había que respetarlos, cuando no era costumbre ni norma civil respetar los otros, “porque quitaron las espinas de la corona de Nuestro Señor cuando estaba en la cruz, y por eso se mancharon de sangre y desde entonces tienen el papo rojo”. Al parecer este tipo de argumentos eran más convincentes, o más fáciles de explicar, que la utilidad de la golondrina en mitigar las plagas de mosquitos, por más que las malarias tercianas y cuartanas hayan sido lacra común en el país hasta hace como quien dice cuatro días, en que se generalizó el uso del DDT y la desecación de humedales, con consecuencias buenas para unas cosas y malas para otras. Se dio por erradicada oficialmente en España la malaria en 1964, aunque se registran cientos de casos anuales importados.
Esta simpatía tradicional hacia la golondrina no ha evitado el declive de la especie, que en España se ha reducido a la mitad o menos en el último cuarto de siglo, de lo que tiene la principal culpa la masificación del uso de insecticidas, con la correspondiente disminución de alimento y aumento de su toxicidad.
Foto: Vega Bermejo |
La especie en su conjunto se considera por la Lista Roja de la UICN como “preocupación menor”, dada su gran extensión geográfica y su número todavía abundante, aunque decreciente, con estimación de población mundial entre 290 y 487 millones de adultos. Para la legislación española, es ave protegida mediante su inclusión en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, pero no en el Catálogo de Especies Amenazadas. Interesante es el caso de la subespecie americana, que, pese a tener números también decrecientes, viene colonizando como nidificante Argentina desde 1980 y Uruguay desde 2017.
La golondrina común se hibrida con relativa frecuencia con el avión común, lo cual ha llevado a algunos a sugerir que quizá no deban mantenerse como géneros separados. O sea, que al final a lo mejor tenía razón Linneo cuando en 1758, en la décima edición del Systema Naturae, describió ambas especies bajo el género Hirundo (que no es más que el nombre que desde siempre se dio en latín a la golondrina).
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