Como viene siendo habitual durante el invierno, los cormoranes grandes (Phalacrocorax carbo) vuelven a poblar las orillas del Tormes y otros humedales asociados a su cuenca.
En diciembre resulta fácil verlos posados sobre los árboles de la ribera, recortando contra el cielo su característica silueta. Su aspecto fusiforme, su pico recto, largo y acabado en gancho, y sus patas palmeadas lo delatan como ave eminentemente pescadora. Pero no son éstas las únicas adaptaciones a la ictiofagia que exhiben los cormoranes. Sus huesos son también más pesados que los de la mayoría de las aves, y su plumaje no resulta impermeable sino que se empapa con el contacto con el agua. Ambas características le permiten sumergirse con facilidad, al lastrar su cuerpo para perseguir a los peces buceando a profundidades de hasta 4 ó 5 metros. He aquí también la razón por la que adoptan después, ya en su posadero de descanso, esa postura tan característica con las alas inmóviles y completamente estiradas y abiertas, exponiendo al sol su plumaje empapado que tardará aún minutos u horas en secarse.
En diciembre resulta fácil verlos posados sobre los árboles de la ribera, recortando contra el cielo su característica silueta. Su aspecto fusiforme, su pico recto, largo y acabado en gancho, y sus patas palmeadas lo delatan como ave eminentemente pescadora. Pero no son éstas las únicas adaptaciones a la ictiofagia que exhiben los cormoranes. Sus huesos son también más pesados que los de la mayoría de las aves, y su plumaje no resulta impermeable sino que se empapa con el contacto con el agua. Ambas características le permiten sumergirse con facilidad, al lastrar su cuerpo para perseguir a los peces buceando a profundidades de hasta 4 ó 5 metros. He aquí también la razón por la que adoptan después, ya en su posadero de descanso, esa postura tan característica con las alas inmóviles y completamente estiradas y abiertas, exponiendo al sol su plumaje empapado que tardará aún minutos u horas en secarse.
Adulto en vuelo. Foto: Miguel Rouco. |
Tampoco es raro verlos pescar en grupos, a veces de varias decenas de individuos que actúan coordinadamente para acorralar bancos enteros de peces que consumen con avidez, en cantidad de hasta 500 gramos por ave y día, y dando preferencia a los ejemplares de entre 15 y 30 centímetros de longitud.
Es precisamente esa efectividad en la captura de sus presas la que ha ocasionado un grave conflicto entre los cormoranes y las actividades humanas piscícolas. En efecto, pescadores y piscifactorías han puesto el grito en el cielo durante los últimos años, reclamando que se realice un control poblacional sobre esta aves, a las que acusan de provocarles grandes pérdidas económicas.
Adulto en plumaje estival. Foto: Miguel Rouco |
Cierto es que la población europea de cormorán grande ha aumentado ostensiblemente. No menos de 120.000 ejemplares de de la subespecie costera (Phalacrocorax carbo carbo), y entre 400.000 y 500.000 de la subespecie continental (P. c. sinensis) –la que más se ha incrementado- se reproducen en Europa según el último censo (año 2002). De ellos, más de 70.000 ejemplares invernan en España, la mayoría de los cuales pertenecen a la subespecie continental. Entre 1980 y 2003, la población invernante española puede haberse multiplicado por 6, e incluso algunas colonias de cría han empezado a instaurarse en el interior de la Península, hecho insólito considerando que esta especie se consideraba rara en aguas interiores de Iberia hasta 1960, incluso durante el invierno.
Como consecuencia de su incremento demográfico y del problema económico (puede que incluso ecológico) que ocasionan estas aves, diversos países han emprendido acciones de control sobre sus poblaciones, entre las que se incluyen la destrucción de colonias de cría, el rociado de puestas con fármacos infertilizantes o la matanza directa de ejemplares en determinados casos.
Cabe preguntarse, sin embargo, llegados hasta aquí, sobre las razones que han motivado este aumento en el efectivo de cormoranes y su irrupción hacia masas de agua interiores. La disquisición de tales razones sin duda nos llevará a la revisión de los fundamentos del equilibrio trófico, y a la complicada y frágil relación entre el mantenimiento del mismo y la modificación del medio ambiente por parte del ser humano.
Resulta chocante, por ejemplo, que sean los propios colectivos de pescadores, que llevan introduciendo especies alóctonas en los cauces fluviales españoles desde hace décadas, quienes reclaman ahora por los daños ecológicos que producen los cormoranes en los ríos y exigen que se controle su población. Es obvio que son esas prácticas encaminadas a aumentar la biomasa a cualquier precio en los cauces fluviales las que, en buena parte, deben ser consideradas responsables del aumento en el número y rango de distribución de los cormoranes. Los depredadores siguen a sus presas y modulan su población al ritmo de la evolución de las mismas.
Adulto secándose al sol. Foto: Miguel Rouco. |
Al parecer, el control de las poblaciones de cormorán no resulta tan sencillo como puede aparentar, y la eliminación de ejemplares o el control de su cría en determinadas zonas no siempre redunda en una disminución del conjunto de la población en esas zonas, dado que las aves parecen redistribuirse y su número adaptarse rápidamente a la cantidad de alimento disponible. La solución de este conflicto requiere un mayor conocimiento de la dinámica poblacional de esta especie y, sobre todo, un planteamiento general del problema a nivel paneuropeo.
Miguel Rouco Fernández.
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